El Jamón fetiche
Cuando
sonó el timbre, ambos sintieron un extraño escalofrió por el cuerpo. Eulalia
abrió la puerta y le dio un beso a su desconocido padre. Después de la comida y
la siesta, llegó la hora de la entrega de regalos: perfume, pañuelo, embutidos,
quesos y una pierna entera del mejor Jamón Serrano de la península Ibérica.
Vicente,
el padre de Eulalia, colocó el Jamón en una práctica jamonera y comenzó la
clase magistral de cómo debían cortarlo, taparlo y guardarlo. Eulalia aunque lo
escuchaba se perdía en las emociones del momento.
Pasaron
las vacaciones, los viajes y Vicente regreso a España con su familia. El Jamón
seguía intacto después de uno, dos y tres meses. Nadie (ni ella misma) era merecedor
de probar el tesoro.
El
25 de diciembre, la madre de Eulalia, cansada de pedirle con educación un poco
del manjar a su hija. Le dijo chillando: “Termina de comerte el Jamón Electra”
Molesta
con las palabras de su madre, Eulalia decidió picar, repartir y terminar con la
historia de la pierna. Le quitó la tela y el jamón comenzó a respirar un fuerte
olor putrefacto. Algo no iba bien, en la mitad del proceso del desengrasado observó
pequeñas criaturas blancas nadando por la grasa, comenzó a saltar, llorar y
gritar, todo con ganas de vomitar, eran gusanos. Su tesoro había sido
expoliado.
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